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Salvemos a los estudiantes

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La educación es un pilar fundamental en la vida de los jóvenes, pero a menudo nos encontramos atrapados en una trampa de mediciones y calificaciones que no siempre reflejan el verdadero valor de un estudiante. Como decía Albert Einstein, “todo lo que es importante no se puede medir, ni todo lo que se puede medir es importante”. Esta reflexión nos invita a reconsiderar cómo evaluamos y apoyamos a nuestros alumnos.

¿Simpatía o raíz cuadrada?

Si la escuela debe preparar para la vida, es crucial preguntarse: ¿qué abre más caminos en la vida, la simpatía o la raíz cuadrada? Las habilidades sociales y emocionales son esenciales para el éxito y la felicidad, pero a menudo quedan relegadas en favor de un enfoque estrictamente académico. La simpatía, la empatía y la capacidad de relacionarse con los demás son competencias vitales que no siempre se reflejan en una nota.

Evaluaciones con sentido

Cuando realizamos evaluaciones de rendimiento escolar, es imprescindible acompañar las calificaciones con comentarios amplios y constructivos. Las personas son mucho más que un conjunto de contenidos académicos. Debemos ofrecer expectativas positivas tanto a alumnos como a padres, independientemente del rendimiento intelectual. Es fundamental reconocer y valorar las diversas habilidades y cualidades de cada estudiante.

Excelencia y educación

La noción de “excelencia” se infiltró en el ámbito educativo con una connotación competitiva y comparativa. Sin embargo, en educación, preferimos hablar de buenos maestros, alumnos, músicos o buenos carpinteros. La excelencia sugiere una meta final, mientras que la educación es un proceso continuo de crecimiento y aprendizaje. La verdadera sabiduría, bondad y belleza siempre están en el horizonte.

Reconocimiento y motivación

Es crucial reconocer y valorar el trabajo constante y esforzado de los estudiantes. Expresar nuestra satisfacción y estimular su autoestima y motivación es esencial. No obstante, también deben entender que siempre hay margen para mejorar y que el aprendizaje es un viaje sin fin. La humildad es una virtud que debemos fomentar, ya que el verdadero sabio es aquel que reconoce lo que aún no sabe.

El costo de la competencia

La obsesión por la excelencia y los rankings internacionales puede llevarnos a modelos educativos como los de Japón o Corea del Sur, donde los niños y jóvenes sacrifican su felicidad en pos de resultados académicos. La presión constante y la ansiedad por el rendimiento tienen un costo alto, y muchos se quedan en el camino. Debemos reflexionar sobre qué tipo de educación queremos y cómo podemos balancear el aprendizaje académico con el bienestar emocional y social de nuestros estudiantes.

La educación debe ser un viaje enriquecedor y equilibrado, donde el crecimiento personal y académico se complementen. Salvemos a nuestros alumnos del fracaso y de la soberbia, fomentando una educación que valore tanto la inteligencia emocional como la académica. Reconozcamos sus esfuerzos, motivemos su curiosidad y cultivemos en ellos la humildad y el deseo de seguir aprendiendo. Así, no solo prepararemos a individuos exitosos, sino también a personas felices y realizadas.

FUENTE: Benejam, P. (2015). ¿Qué educación queremos?: ( ed.). Barcelona, Spain: Ediciones Octaedro.

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